
Cuenta la leyenda peruana que Juan Antonio Pineda Panduro era un honrado agricultor que en su juventud se dedicó mucho a la caza. Una mañana pidió permiso a su mamá para ir en busca de venados; y se fue luego que ella le puso en el morral una media docena de huevos cocidos y un par de plátanos maduros.
Es así, que partió hacia el riachuelo Cumbaza y siguió aguas arriba hasta donde desembocan algunos arroyuelos. De pronto, vio unos pececitos dorados y con el ansia de cogerlos se fue siguiéndolos, pero los pececillos, se escondían, dirigiéndose a una poza de agua oscura.
Para la sorpresa de Pineda, vio tendido en la orilla de esta poza a un toro negro y brillante de enorme tamaño, que babeaba algo de color amarillo. Y sobreponiéndose a la fuerte impresión, se propuso investigar de cerca.
Se dio cuenta que en el lugar donde caía la baba del toro, había unas pepitas de oro. Contento con este inesperado hallazgo resolvió regresar a su casa.
Pero ni bien caminó un poco, se produjo un viento terrible, con truenos y relámpagos, impidiéndole seguir adelante. Al ver que era imposible seguir caminando, tiró las pepitas de oro al riachuelo; inmediatamente y como por encanto, cesó la tempestad y el cazador pudo llegar a su pueblo.
Desde entonces, ese riachuelo donde dejó las pepitas se llama Curi Yacu o río de oro. Sin duda, una de las leyendas de Perú más populares y misteriosas.
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